El Papa Francisco ha celebrado en la Basílica de San Pedro la misa del Domingo de Resurrección. Acto seguido oró por el mundo entero e impartió la bendición Urbi et Orbi a la humanidad y a toda la creación. Contagiar la esperanza que viene de la resurrección “Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios”, afirmó el Papa Francisco profundizando sobre el sentido de la esperanza. Mirar al resucitado El Papa invita a mirar al resucitado, “que no es otro que el crucificado”, para “que sane las heridas de la humanidad desolada”. En este contexto, el Papa tiene presente a los enfermos, a los que han fallecido y a las familias que lloran la muerte de sus seres queridos: “Hoy pienso sobre todo en los que han sido afectados directamente por el coronavirus” y pide para ellos “que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su consolación”. De igual manera recordó al personal sanitario, a las autoridades y a todos los que trabajan en los servicios esenciales. Dificultades generadas por la pandemia Francisco hizo un recuento de las dificultades que los seres humanos pasan en estos momentos de pandemia: lutos, sufrimientos físicos y problemas económicos. Seguidamente subrayó: “Esta enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación”. En este ambiente, nos invita a recordar la antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua del Misal Romano:  No temas, «he resucitado y aún estoy contigo». Un período de cambios repentinos El Papa se presenta cercano a aquellos que están enfrentando un futuro incierto, pues temen perder el trabajo y las consecuencias que este hecho comporta; también está cercano a quienes toman decisiones políticas y les invita a que encarnen la búsqueda del bien común de todos los ciudadanos “para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades cotidianas”. Este no es tiempo para la indiferencia ni para el egoísmo Francisco hace un llamado a los fieles para que actúen en favor de los más débiles: “Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos”. Llamamientos a la humanidad El Obispo de Roma procedió a hacer una serie de peticiones a la humanidad y en particular a los cristianos católicos para que actuemos y así construyamos una nueva humanidad, fruto de la resurrección de Jesús entre nosotros: Pidió no dejar solos a los pobres, a los presos y a los que no tienen hogar. “Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como tampoco los medicamentos”. En el caso de los países con sanciones internacionales pidió que “se relajen además las sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los propios ciudadanos una ayuda adecuada”. A los países que cargan enormes deudas externas, pidió reducir o incluso condonar, “la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres”. Para Europa, el Papa pidió que enfrente los desafíos actuales con unidad, rechazando los egoísmos: “Que no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares”. El Papa renovó su llamado a finalizar de inmediato todas las guerras y a poner por encima de los conflictos la vida de todos los seres humanos, así como a poner fin al comercio de armas: “No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas. A continuación, el Papa hizo memoria de algunos lugares castigados por conflictos bélicos y en los que la población sufre la fuerza de la violencia desde hace muchos años: “Que sea en cambio el tiempo para poner fin a la larga guerra que ha ensangrentado a Siria, al conflicto en Yemen y a las tensiones en Irak, como también en el Líbano. Que este sea el tiempo en el que los israelíes y los palestinos reanuden el diálogo, y que encuentren una solución estable y duradera que les permita a ambos vivir en paz. Que acaben los sufrimientos de la población que vive en las regiones orientales de Ucrania. Que se terminen los ataques terroristas perpetrados contra tantas personas inocentes en varios países de África”. Seguidamente el Papa recordó a las poblaciones donde se producen crisis humanitarias, en Asia y África, como en la Región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. También pidió que Jesús “reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía. Que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria”. Finalizó su mensaje diciendo: “Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida. Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso”. Fuente: https://www.vaticannews.